Entre tantas batallas a las que un guerrero tiene que
enfrentarse, la más ardua es la del amor, y más difícil es cuando es un amor no
correspondido, porque a pesar de la sabiduría y coraje que posee un guerrero, éste
sabe que de ésta batalla, lo más probable es salir derrotado.
Un guerrero apasionado ante ésta batalla, se ciega y deja a un lado todo lo que ha aprendido en
sus combates, no por voluntad sino por
instinto, porque para su fortuna o
desgracia, en esta batalla el deja toda su entrega, toda su pasión.
Solo le es posible a un guerrero salir del abismo del
desamor cuando luego de tanto
sufrimiento, ha de cansarse de extrañar y de esperar un sentimiento reciproco
de un alma que no sabe amar.
Es ahí donde verdaderamente el guerrero aprende a soltar, es
ahí donde el guerrero se arma de valentía y deja ir aquello que le hace
tanto mal, es éste el punto exacto donde tiene que aceptar su derrota, no
con odio ni sed de venganza, sino con agradecimiento, porque alguna enseñanza
le habrá dejado aquel amor.
Un guerrero no es lo suficientemente cobarde, no es parte de
su esencia serlo, por ello él deja ir a
su amor, pero no del todo, porque en el fondo de su corazón siempre
albergará la esperanza de que su magnífico
amor despierte y le nazcan las ganar de volver
a él.
Él sabe que un verdadero guerrero olvida las batallas en las
que ha sido derrotado para poder enfrentarse a sus siguientes combates.
Su tarea es aplicar ésta frase en lo que concierne al amor, porque
él continúa con sus batallas en aras de ganar la guerra de la vida, pero siempre
con la huella imborrable de aquel gran amor en su corazón acompañado del llanto vacío
que le provocan sus miedos.
Después de todo el guerrero no sabe soltar, no sabe olvidar la más ardua de sus derrotas porque un verdadero guerrero, no tiene mala memoria.
Después de todo el guerrero no sabe soltar, no sabe olvidar la más ardua de sus derrotas porque un verdadero guerrero, no tiene mala memoria.
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