martes, 18 de febrero de 2014

El juramento


Sin darnos cuenta, a menudo cometemos un error garrafal, al jurar ante una verdad quizás viciada. A veces, para que nos crean nos aferramos a un juramento, el cual pone en tela de juicio nuestros argumentos, pues quiere significar que no estamos diciendo la verdad, sino, nuestra verdad. 

Todo ser humano dice mentiras, como quieras llamarlas; blancas, negras… como sean, igual son mentiras. Lo que debemos hacer es decirlas lo menos posible, sabemos que muchas de ellas nos salvan “temporalmente” de algunas situaciones, ya que la verdad siempre nos seguirá persiguiendo.

Lo peor es que la mentira una vez dicha, nos lleva a otra, y otra, y otra… Hasta formar una cadena en donde ya no sabemos si lo que somos, es verdad o falacia.  

El juramento, quiere significar que hemos caído tantas veces en la mentira, que para que nos crean, debemos jurar. Llegamos al grado de hacerlo por quien sea, recurrimos a un juramento tan simple como el de mencionar a nuestro Dios, nuestra madre o  nuestra vida misma. 

Cuando existe LA verdad y no TU verdad, hacer uso de el, está de más. Si tenemos una sola verdad  y se da el acontecimiento de responder a preguntas, debemos hacerlo con un simple SÍ o un rotundo NO, total… Si creen, bien, y si no, también, cumplimos con disfrutar la verdad, eso es lo importante. Jurar en vano más allá de fallarle a nuestra religión o estilo de vida, degrada nuestra esencia.

Habida cuenta de que la palabra del hombre es la de un contrato, el juramento debería estar prohibido, y si de sentimiento se trata, el hecho de jurar amor eterno, implica serle fiel hasta con el pensamiento, y bien sabemos que eso es utópico. Podemos respetar a nuestra pareja… ¡sí!,  pero de ahí a no mirar nada más... Ya caímos de nuevo en la mentira, acto seguido, el juramento. 

Y es así, como hoy aprendí a no jurar nunca más, a tratar de ser más honesta conmigo, para serlo con los otros, y que si es buena o mala la verdad, debemos enfrentarla como venga.