Hace un buen tiempo no sabía yo que se sentía estar en paz
conmigo misma, vivía llena de recuerdos tormentosos, de males que al caer la
noche me impedían dormir, pesadillas que
me sumergían en llanto, dolor y amargura, la amargura de no vivir un buen amor,
de no saber que se sentía amar siendo yo misma, me faltaba el oxígeno y la
negativa de abrirle paso a un nuevo amor me poseía una y otra vez.
Entonces hubo un día, cuando menos lo esperaba, cuando ni
aceptarlo quería, me topé cara a cara con su calma y entonces sin más fue dándome la paz que alberga en sus ojos,
transformando paulatinamente el significado de mis constantes suspiros y
entonces ya no hubo dolor ni vacío.
Fue disipando mis pesadillas como viento que esparce el humo
y comencé a reírme con muchísimas ganas, a experimentar el placentero dolor
abdominal que ocasiona reírse a carcajadas, que ocasiona reírse de amor, ha ido desde entonces curando las heridas
de mi alma, y me calma, y me llena su descanso
entre mis brazos, sus suspiros entre abrazos.
Con él comprendí que Dios
sabía exactamente lo que estaba haciendo para cuando no me respondió y decidió entonces ponerlo a mi lado. Su tranquilidad
y su respeto me dan vida, me demuestran que generalizar nunca es bueno porque
siempre habrá quien quiera lo que eres, sin
restar, sin hacer menos, siempre habrá quien quiera de forma diferente.
Él por su parte se hace
adulto para cargarme como a un niño y tan niño para darme su ternura, va por ahí
como quien quiere pasar desapercibido
haciendo magia en mi interior, haciendo cosas extraordinarias, va enamorándome sin
pausas…